domingo, 30 de diciembre de 2007

KG EN FOTOS


Kaos General en un lote baldío cerca de la casa de Beto, en imagen clásica de las bandas punk (1986). De izq. a der.: Richard Salazar, Alejandro Peña, Carlos Alberto Pacheco y Armando Millán.

martes, 18 de diciembre de 2007

TESTIMONIO PERSONAL 2

Los deseos evolucionan con las personas. Cada uno de nosotros lleva consigo durante su vida un set de deseos, algunos de ellos banales y pasajeros, y otros más profundos, parecidos a nuestros sueños personales, aquellos que queremos conseguir aunque parezcan inalcanzables. Inalcanzable, por ejemplo, fue uno de mis deseos más antiguos: convertirme en astronauta. De chibolo, leía todos los artículos que aparecían en El Comercio sobre ciencia y el espacio. Tomás Unger escribía desde entonces la sección científica, y todavía creo que sobreviven en algunos de mis cajones de la Irresistible (mi jato actual, luego de sólo dos mudanzas en mi vida), los recortes amarillentos de la vida en otros planetas y los viajes por el espacio. Ese fue uno de los deseos que murieron con el paso del tiempo. No sabía cómo mierda hacer para convertirme en astronauta, y me parecía tan imposible, tan inalcanzable, que nunca lo tomé del todo en serio. Otro tipo de deseos, más carnales, los dedicaba por entonces a la diosa del barrio, una chica que vivía en una quinta al frente de mi casa en la calle Piura de Miraflores. Ella me fascinó desde que tengo memoria, desde la época que salía con mi bicicross a dar vueltas a la manzana. Pero me llevaba unos cinco años de edad, y tenía demasiada conciencia de su atractivo para mi naturaleza tímida. Todavía me recuerdo observándola a través de las persianas del cuarto de mi mamá mientras veía todos los partidos de España 82, y me parecía tan imposible, tan inalcanzable, que nunca me atreví a decirle siquiera una palabra. A los quince años ya me consideraba con suficiente experiencia de vida, mi bicicross había sido robada hacía años por los fumones del barrio, y recién entonces la conocí. Demasiado tarde. Aún lucía como una diosa, pero el deseo por ella ya agonizaba. Mi pata el Marciano me había acompañado muchas veces a montar bicicleta, pero creo que él tenía una de jardinero. Tal vez por eso no lo tomé mucho en serio cuando me propuso formar Kaos General. Éramos unos huevones que no sabían nada de música, y menos aún tocar un instrumento. Para entonces ya habíamos escuchado Primera Dosis (Narcosis) y la maqueta de los cuatro grupos (Leuzemia, Guerrilla Urbana, Zcuela Crrada y Autopsia). Es más, habíamos estado en el concierto del Parque Salazar de Miraflores, y mi corazón ya había quedado marcado indeleblemente por el punk y el hardcore. Pero, ¿hacer nuestro propio grupo y tocar como ellos? Era demasiado. Tan imposible, tan inalcanzable, que no le dije nada. Ya no recuerdo cómo el Marciano me convenció para ensayar finalmente en el local de Fílderes en Ingeniería, pero creo que ésa fue la vez que descubrí que los deseos también tienen una dimensión mágica. Pocos meses después de batallar entre guitarras eléctricas y tambores, siguiendo sin claudicar el camino que habíamos tomado, Matute (Guerrilla Urbana) nos propuso tocar en concierto. El debut fue la cagada, aun cuando sólo tocamos cuatro canciones y tuvimos que repetir una por falta de repertorio. Ese fue el primer deseo sincero de corazón que se cumplía en mi vida. Y eso era mágico. Luego han transcurrido muchos años hasta el presente. Mis deseos eran cada vez más osados y ambiciosos, pero la magia de la vida parecía no tener límite. Abandonar la chamba de redactor en El Comercio (nunca conocí a Tomás Unger) supuso la apuesta por un nuevo deseo. Me encontraba hastiado, fastidiado y asustado porque mis neuronas morían día tras día en ese ambiente. Me volví más bruto, lo reconozco. Salir de allí era una cuestión de supervivencia, no tenía ningún ofrecimiento de chamba, pero sí una jato que mantener (dos gatos incluidos) y sólo el deseo de “enseñar e investigar”, así de ambiguo como sonaba. Creí completamente en ese sueño, creí en la magia de la vida, creí en la apuesta sin miedos a pesar que la plata sólo alcanzaba para tres meses, creí en el Señor de los Milagros. Es decir, creí. Siete meses después de aquella decisión me sorprendía a mí mismo enseñando e investigando por el mismo salario que ganaba en El Comercio. Hoy, mis deseos los descubro cada vez más utópicos, místicos y soñadores. Pasan por un rango amplio, desde mandar todo a la mierda y no hacer nada más que escribir, viajar libremente por el mundo, estudiar filosofía e historia de la ciencia, vivir con alegría, hasta salvar el mundo. Tan imposibles y tan inalcanzables como siempre. Sólo que ahora tengo la seguridad de hacerlos realidad.

(Publicado en el fanzine Escozor, 2001).

TESTIMONIO PERSONAL 1

Cuando hablé con Cristian y Emilio para colaborar permanentemente con Escozor (de puta madre el primer número...), nunca imaginé que el siguiente tema eje del fanzine podía ser la Belleza. Mi idea original era sentarme frente a La Combativa (la computadora de mi chamba) y escribir lo que chucha saliera, sin darle muchas vueltas a las cosas. Pero el tema me paró en seco. ¿Qué podía decir yo sobre la Belleza? Apliqué entonces la Estrategia Cinco: Volver a los orígenes (muy útil cuando te encuentras completamente perdido y no sabes a dónde dirigirte). Así que me puse a pensar en cuál había sido mi relación con la Belleza desde el comienzo de mi historia. Definitivamente nunca encontré belleza al mirarme en el espejo de baño de la casa de mis papás. Ése precisamente fue uno de los rollos de mi niñez, nunca estuve contento con mi aspecto, con la forma que tenía mi nariz, a veces tenía la sensación de que era bizco, no me gustaban los rulos de mi pelo, y así toda una larga lista de etcéteras. En mi adolescencia las cosas no cambiaron mucho. Tuve mi primera enamorada a los diecisiete años, pero según yo, ella no estaba conmigo por mi belleza física, sino por mi “buena” naturaleza tal vez. En esa época, ya había formado un grupo subte con unos patas, tocando en conciertos barranquinos y recibiendo escupitajos de aquellos que nos llamaban “pitupunks” (pituco + punk). Las canciones eran cuestionables desde el punto de vista musical (nunca me consideré un músico), pero el feeling de la gente era bacán, teníamos mucho contra qué gritar y, además, era MI grupo. Terminé amando a Kaos General, pero nuestras canciones siempre distaron de ser algo así como un prototipo de belleza armónica. En la universidad, la Antropología me enseñó que la Belleza era algo relativo, que dependía de la cultura donde nos encontráramos, que en realidad era una creación cultural, que no era, para nada, absoluta. Y yo le creí. Tal vez esa fue la época más racional de mi vida. El Arte me parecía una huevada, la pintura, la escultura, la poesía me parecían cojudeces, yo estaba concentrado en encontrar las estructuras universales del comportamiento humano, descifrar porqué la gente hacía las huevadas que hacía, y toda la cojudez del Arte caía en lo que yo llamaba “superestructura”, algo que supuestamente no producía cambios en el comportamiento de las sociedades. La siguiente imagen que tengo de mí es frente a una computadora en las oficinas de redacción de El Comercio. Haciendo chamba de periodista descubrí dimensiones de Lima a las que se tiene acceso solamente cuando portas el dichoso carnet. Escribir artículos me obligó a tener en cuenta la estética en las cosas que producía. Allí fue donde aprendí que podía y me gustaba escribir. Pero poco importaba la Belleza, la idea era producir notas y artículos sin descanso, la literatura me seguía pareciendo un asco, así que me dejé llevar por la vorágine del medio. No duró mucho. Todavía no sé en qué momento de mi vida las cosas se transformaron por completo. Hoy me sorprendo al descubrirme cada vez más “místico” día tras día, hablando de cosas como “seguir el corazón”, animando a mis amigos a que se entreguen a una actividad artístico-creativa, por que eso “te permite conectarte contigo mismo”. Tal vez ésta es la época más sensible de mi vida. Claro que las cosas frente al espejo no han cambiado mucho, mis criterios de vestimenta no pasan por la belleza, y hasta El Indomable (mi caña) está bastante maltratado con las cacas de pájaro. Ahora, sin embargo, me pregunto si la Belleza no puede ser absoluta. No sé, en el fondo, si es posible encontrar la belleza en todas aquellas cosas que he relatado. Sólo sé que es de puta madre sentarse a escuchar una canción que te gusta, cerrando los ojos y fumándose un fallo. Así como aspirar el aire de un lugar rodeado por árboles y percibir el aroma vegetal de las plantas. Así como tirarse en el pasto y concentrarse en el lento movimiento de las nubes. Así como leer una buena historia o ver una película hecha con el corazón. Así como aún son de puta madre las canciones de The Clash, Siniestro Total y The Cure. Sí pues, la vida sigue transcurriendo en un Kaos General, Cristian, pero a pesar de todo sigo siendo el mismo huevón idealista y optimista de siempre, que cree que la vida es de puta madre. A pesar de su Belleza.

(Publicado en el fanzine Escozor, 2001. He editado elementos tangenciales del artículo porque ya no comparto algunas de las opiniones vertidas en él. Sin embargo, la esencia se mantiene incólume. Armando, abril del 2009).